Comencemos a hablar de Nuestro Padre fundador, Santo Domingo de Guzmán, diciendo que es real, que no es leyenda, que no es un mito. Sabemos por la historia que nació, vivió, murió y dejó su huella.
Se da en Santo Domingo un gran temperamento. Un ardiente temperamento castellano de un español del siglo XIII. Un caballero. “Fuerte como el diamante, tierno como una madre”. Domingo es un hombre de corazón generoso, complaciente con los sufrimientos del prójimo, esto lo veremos en casos concretos a lo largo de toda su vida; arrebatado hasta las lágrimas por la miseria, impaciente por alcanzar el remedio.
¿Es acaso Santo Domingo un “don Quijote” novelesco? No, es un realista, observador, un organizador de gran alcance, sano y equilibrado, que fundó la Orden que quería, de total acuerdo con el Papa. Santo Domingo, era un revolucionario, pero en la fidelidad a la tradición. Un revolucionario de Dios. Entiende las nuevas necesidades de la Iglesia, y encuentra las nuevas soluciones que exigen. Es un contemplativo, hombre de estudio y hombre de oración. Domingo fue ¡un hombre genial! sin duda alguna… Todavía más: un hombre de Dios. Como se traduce su nombre: “DOMINICUS” (hombre del Señor). Domingo quiere que su predicación sea “pobre”, “itinerante”, “mendicante”.
LA ESPAÑA DE DOMINGO DE GUZMÁN
La vida de España estuvo dominada durante ocho siglos por la presencia de los moros en su territorio. En el siglo VIII han invadido el país y llegan hasta Poitiers. Los moros se asientan en España con la intención de no salir de ella. Hay como dos ciudades santas que enmarcan las dos Españas: Córdoba, santuario musulmán en el sur; y Santiago de Compostela, santuario cristiano en el norte. El alma española, pues, se ha ido forjando en la lucha nacional contra el invasor, lucha de moros y cristianos.
Domingo es un castellano que nace en este tiempo de la reconquista, o sea, en tiempo de guerra. Y en Caleruega, en la ribera del Duero, zona divisoria entre moros y cristianos. Su padre es un caballero de los de entonces, aficionados a la batalla, aunque solo sea para la defensa de sus territorios. No es de extrañar que Domingo fuera un caballero del Señor, que no quiso luchar con la espada, sino con la Palabra, con la Palabra de Dios.
En el origen de la Orden de Predicadores está Santo Domingo: “varón evangélico», como lo llama Jordán de Sajonia en su obra “Los orígenes de la Orden”. ¿Quién era pues Domingo? ¿Por qué fundó este colectivo, esta Orden, al que le dio el nombre de Predicadores, y que más tarde se les conocerá corrientemente como los Dominicos? Nuestro Padre Santo Domingo no tenía más preocupación, otro interés, que imitar a Jesucristo: “Hablaba con Dios o de Dios”.
Al mismo tiempo, Santo Domingo se nos revela como un hombre solidario de un mundo en desarrollo, en plena efervescencia; un mundo al que ama apasionadamente y quiere prender en él, el fuego del Evangelio que a él consumía.
Domingo de Guzmán, nació en Caleruega (Burgos) el año 1170 (no es seguro el día), según algunas tradiciones medievales, vino al mundo el 24 de junio. Fueron sus padres: Félix de Guzmán y Juana de Aza, que ya tenían otros dos hijos: Antonio, el mayor, que llegó a ser sacerdote, y Manés, el segundo, que vistió el hábito de la Orden fundada por Domingo, muriendo con fama de santo. De los cinco miembros de la familia de Guzmán y Aza, uno es santo, Domingo, y otros dos, su madre Juana, y su hermano Manés, beatos. Y su padre y su hermano Antonio son venerables. Toda la familia tiene el mismo olor de santidad. Viven en el Castillo de los Guzmán. En este hogar cristiano donde “el alma” es la madre. Domingo tiene una madre castellana, piadosa y caritativa. Cuentan que era mujer de Dios; experta en oración sencilla y catequesis doméstica. También dicen que no podía ver pasar a los pobres y dolientes sin salir a su encuentro para socorrerles. También cuentan que hasta vació la bodega para hacer caridad, con el riesgo de ser regañada por su marido.
Hasta los 6 o 7 años Domingo recibe de su madre toda la educación, (podríamos decir que de ella aprende “caridad”, la vio hecha vida), y también los primeros conocimientos. Después, de los 7 a los 14 años, le mandan a estudiar con su tío materno arcipreste en Gumiel de Izán, don Gonzalo de Aza, que lo inició en el conocimiento de las letras y las ciencias. Aprende latín, conoce la Biblia, sirve al altar. Aquí reside siete años. Al cumplir los quince años, le mandan a estudiar a Palencia donde hace grandes progresos en las Artes Liberales, esto es, todas las ciencias humanas, entre las que figuraba la Teología. Según sus biógrafos, restaba horas al sueño para dedicar más tiempo al estudio y a la oración.
LA VIDA ESTUDIANTIL
El joven Domingo, dedicado plenamente al estudio, desea vivir el Evangelio tan radicalmente que, al darse cuenta de las necesidades de la gente de Palencia, sin contemplaciones decide vender sus manuscritos y libros para poder ayudar a los pobres. “No quiero estudiar sobre pieles muertas mientras los hombres mueren de hambre”. Experimentó la pobreza en carne propia y en carne ajena. Una mala cosecha y otra serie de circunstancias provocaron una “hambruna” en la zona. Domingo supo lo que es pasar necesidad, quizá porque la pasó él y sobre todo, porque vio a muchos hambrientos al borde de la muerte. Los libros no eran de papel, sino de pergamino. ¡Pura piel curtida!, y ¡copiados a mano!, ¡muy valiosos! Domingo vendió sus pergaminos y abrió una caja de solidaridad, porque su gesto arrastró a muchos maestros de teología a imitarlo. A esto se llama “predicar… y dar trigo”. Nunca más permanecería insensible ante la necesidad y el sufrimiento ajeno.
Sigue sus estudios de teología y recibe la ordenación primero de clérigo y luego de Presbítero. Continua en Palencia, pero ya como profesor, donde era conocido y estimado por sus alumnos y compañeros maestros.
Ordenado sacerdote, Palencia entera se siente conmovida por el ejemplo de su vida, llegando la fama de sus virtudes y relevantes cualidades a conocimiento del Obispo de Osma de aquel momento: Martín de Bazán, que pide a Domingo acepte ser miembro de la canonjía o cabildo de su Catedral. Con 28 años, en 1198, deja Palencia y regresa a Osma, a su capítulo catedralicio. Dicho obispo, Martín de Bazán, deseando contribuir al bien y a la reforma de la Iglesia, había convertido a los canónigos de la catedral en canónigos regulares, es decir, vivían en común bajo una regla y unas normas. El Obispo le encomienda la presidencia de la comunidad de canónicos y del gobierno de la diócesis en calidad de Vicario General de la misma. Domingo se convierte en un hombre de oración: “De noche nadie más cercano a Dios”. El silencio, la oración y la liturgia animaron la vida y la misión de Domingo. “Hablar con Dios o de Dios”. No se desentiende de las necesidades de los que le rodean, lleva en su corazón a los necesitados de su tiempo, son ellos los que ocupan sus pensamientos durante las noches cuando una oración intensa sustituye al estudio. Durante esta oración, él no cesa de pedir a Dios una caridad eficaz para trabajar por la salvación del mundo. Muy frecuentemente, estas oraciones estaban acompañadas de lágrimas y gemidos: “Señor, ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pobres pecadores?”.
EXTRAÑA MISIÓN
En 1205, hizo el Viaje diplomático a las Marcas. El rey de Castilla Alfonso VIII quiere casar a su hijo, el príncipe Fernando, con una princesa de Dinamarca, encargando las gestiones al nuevo obispo de Osma, don Diego de Acebes, el cual se pone en camino con una comitiva, de la que va a formar parte Domingo. Comienzan el viaje hacia el norte de Europa. Al pasar por el sur de Francia, arruinada y castigada duramente por la herejía cátara, se dieron cuenta de cómo las herejías de los albigenses, cátaros y valdenses, infectaban a muchas regiones de Europa.
Estando una noche en una posada, Domingo se da cuenta de que el posadero era cátaro, y entabló discusión con él. Se pasaron toda la noche dialogando y al día siguiente el posadero se convierte. Aquella noche tuvo que ser muy importante para Domingo. Se dio cuenta de que los herejes tenían buenos argumentos y agradeció haber estudiado tanto tiempo en Palencia. La necesidad de una buena formación teológica le pareció indiscutible. Entrevió que el dedicarse a la predicación contra las herejías podía ser un buen destino para su vida. Sin duda, comenzó a sentir y experimentar algo nuevo: un giro en su vocación. Quizá empezó en este momento “el sueño de su Orden”.
Llegados Diego y Domingo a la corte danesa, encontraron toda clase de facilidades y las negociaciones fueron un éxito. Volvieron a España, dieron relación al rey de todo lo acontecido, y el rey los envía de nuevo, ahora, a buscar a la prometida de su hijo. En el regreso, con gran aparato para acompañar a la princesa en su viaje a España, su desilusión fue tremenda porque la princesa había muerto en el entretanto. Diego hace llegar la noticia al rey de Castilla. Mientras, él y Domingo se dirigieron a Roma para encontrarse con el Papa.
En Roma se encontraron con uno de los grandes pontífices de la historia: Inocencio III. Este primer encuentro, fue muy importante para Domingo ya que, más tarde, trataría con dicho pontífice muchas cosas relacionadas con la fundación de su Orden. En este primer viaje a Roma, en 1206, de acuerdo con el papa Inocencio III, se establece en el Languedoc como predicador de la verdad entre los cátaros. Diego de Acebes renunció a la sede episcopal de Osma para vivir, como Domingo, una vida estrictamente evangélica.
Estamos en 1206: durante dos años ellos van a practicar este estilo de predicar: a pie, sin escolta, a lo largo y ancho del Languedoc. Su predicación conoció entonces un cierto éxito: un grupo de mujeres cátaras conversas, que se encuentran de pronto sin medio alguno de subsistencia, fueron reunidas por Domingo y el obispo para fundar un monasterio en Prulla. Este Monasterio, embrión de lo que llegarán a ser las Monjas dominicas, sirvió a Santo Domingo de cuartel general después de la muerte de Diego de Acebes. Desaparecido el obispo, los legados misioneros se dispersaron, pero Domingo se mantuvo en la brecha.
Por otra parte, su palabra ungida y novedosa, atraía y llegaba al corazón de los jóvenes herejes. Seguimos en 1206: Domingo descubre el lugar que Dios quiere que tenga en cuenta para cumplir sus designios: Prulla. Se encuentra con una vieja ermita, casi en ruinas, donde se venera desde antiguo, una imagen de la Virgen llamada “Santa María de Prulla”. Allí descansará Domingo de sus correrías. Es el corazón del apostolado dominicano. Prulla es pues su oasis, su “cuartel general”.
Santo Domingo, rehusó tres veces seguidas al obispado de Beziers, de Comminges y de Couzerans (1215). Como justificación decía: “Tengo que ocuparme de mi nueva plantación de los Predicadores y de las religiosas de Prulla. Es mi obra, No emprenderé otras”.
EL COMIENZO DE LA ORDEN DE PREDICADORES
De 1208 a 1213, Domingo prosiguió solo la tarea de la predicación, con el apoyo de Fulco, obispo de Toulouse, que lo nombró predicador de la diócesis. Por lo que respecta a Domingo, acabada la contienda, volvió a dedicar su vida casi en exclusiva a la predicación y a reunir compañeros con los que iniciar algo que llevaba en el corazón.
Con el tiempo, algunos hombres lo secundan en el trabajo de la evangelización, cuando ya Domingo estaba madurando una feliz idea: dar a la predicación forma estable y organizada: Idea Ordinis. La pequeña comunidad se instala primeramente en una iglesia de Fanjeaux. Luego, cuando dos hombres de Toulouse (Pedro Sheila y Tomás de Toulouse) se entregan a él con sus bienes, la comunidad se desplaza a Toulouse. Su objetivo principal será, por tanto, la predicación itinerante, unida al testimonio de vida en común y de pobreza voluntaria (Orden mendicante). Vivirán la pobreza evangélica, viajarán a pie. Es el programa soñado y ya vivido por Domingo. En ese lugar Domingo pone a sus compañeros a estudiar, con el fin de preparar a sus frailes para la difícil tarea de la predicación: “Primero doctores y, además predicadores”.
Mientras, Fulco y Domingo van a Roma al IV Concilio de Letrán. Nos encontramos en el mes de noviembre de 1215: se va a intentar la reforma de la Iglesia en todos los órdenes. Domingo tiene en estos momentos unos 45 años, y acompaña a su obispo con la intención de presentar al Papa su proyecto, y obtener la aprobación del Papa para su Orden que se llamará “Orden de Predicadores”. Pero el Concilio prohíbe fundar nuevas Órdenes. Hay tal confusión de grupos, algunos tocando la herejía, que los obispos piden mucho tacto. El Papa promete la aceptación de la fundación, con la condición de que Domingo y sus hermanos escojan una Regla ya aprobada. El Papa quiere esta fundación. Una prueba de ello es que toma bajo su protección directa el Monasterio de Prulla. De regreso de Roma, reunido con sus hermanos en Toulouse (en ese momento unos 16), deciden por unanimidad adoptar la Regla de San Agustín, que Domingo ya había practicado en Osma. A ella añaden cuanto de bello, de austero, de sabio encuentran en las Constituciones de Prémontrés, los agustinos más fervorosos. En Julio de 1216, definida la Regla, los frailes hacen profesión en manos de Domingo, su maestro y prior.
APROBACIÓN DE LA ORDEN
El Papa Inocencio III ha muerto inesperadamente el 18 de julio de este año 1216. ¿Qué pensará de todo esto su sucesor Honorio III? El 22 de diciembre de 1216, Domingo recibe del Papa Honorio III la bula Religiosam Vitam, por la que se confirma la Orden. Un mes más tarde, otra bula califica a los frailes con el título de “predicadores” y les exhorta a anunciar vigorosamente la Palabra de Dios, sin temor a las persecuciones. Decía Honorio III: “Nos, considerando que los frailes de tu Orden serán en el porvenir los atletas de la fe y las verdaderas lumbreras del mundo, Nos confirmamos tu Orden con todas las posesiones adquiridas y futuras y Nos tomamos esta Orden, con sus posesiones y derechos, bajo nuestro gobierno. Dado en Roma, en Santa Sabina, el XI de las calendas de enero, año primero de nuestro pontificado” (1216). Esta respuesta fue para Santo Domingo una aprobación total de su misión de predicación. Había apostado por esta vida y hallaba en el Soberano Pontífice el mejor apoyo y sostén. Honorio III dice: “Nos, tomamos a la Orden bajo nuestro gobierno”.
PENTECOSTÉS DOMINICANO
Al año siguiente, el 15 de agosto de 1217, Domingo dispersa su pequeña comunidad de 16 frailes por Europa. Así fue el reparto: tres fueron a París, tres a Bolonia, cuatro a España y él parte para Roma. Es el cuarto viaje de Santo Domingo a Roma. Esta decisión es muy discutida por todos los que le rodean, incluso los propios frailes no estaban de acuerdo, pero Domingo sin atenerse a razones dijo: “Yo bien sé lo que me fago”. “El trigo amontonado se pudre”. Por mandato de Honorio III en un quinto viaje a Roma (1219), reúne en el Convento de San Sixto a las monjas dispersas por diversos monasterios de Roma, y a los frailes les cede la Iglesia de Santa Sabina.
PRIMER CAPÍTULO GENERAL DE LA ORDEN
El 17 de mayo de 1220, en la fiesta de Pentecostés, preside el primer Capítulo General de la Orden en Bolonia. En él se redacta la segunda parte de las Constituciones. Un año después, en el siguiente Capítulo celebrado también en Bolonia, acordará la creación de ocho Provincias.
MUERTE DE SANTO DOMINGO
Terminado el Capítulo, Domingo reemprende sus visitas a los distintos conventos. El Papa le ha confiado la misión de evangelizar el Norte de Italia. Finalmente, en el verano de 1221, el 28 de julio, agotado de sus caminatas interminables y de sus vigilias incesantes, cae enfermo en Bolonia. El día 6, su debilidad va en aumento presintiéndose la cercanía del final. Recibe los Sacramentos, ordenando que empezaran las oraciones del ritual de la Iglesia para recomendar el alma de los agonizantes. Los frailes lloraban. Al oír el llanto dijo a los frailes: “No lloréis tanto, os seré mucho más útil desde el lugar a donde voy”.
Entre la multitud de visitantes está Hugolino, el cardenal de Ostia, amigo entrañable y próximo al Papa, a quien muy pronto sucedería con el nombre de Gregorio IX. Hugolino llora, ha perdido un gran amigo y la Iglesia un gran valedor.
Él mismo presidió todos los oficios fúnebres. Y será Gregorio IX, su amigo, quien trece años más tarde, el 3 de julio de 1234, canonizará a Domingo de Guzmán y Aza, como Santo Domingo de Guzmán. Su fiesta se celebra, desde 1969, el 8 de agosto. Sus restos descansan en la Basílica de Santo Domingo de Bolonia desde el 5 de junio de 1267 en un arca de mármol. El sepulcro fue labrado por Nicolás de Pisa, Nicolás del Arca y Miguel Ángel. La ciudad de Bolonia lo tiene como Patrono y Protector perpetuo.